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Mi segundo medallón


Cuando estaba en segundo de primaria (tenía como 7 años) a los alumnos se nos requería que los padres firmaran nuestra libreta de tareas todos los días para que la maestra pudiera recibirla. Para mí era absurdo porque jamás dependía de mi mamá para hacer la tarea, pero de todas formas lo hacía. Hubo una ocasión en la que olvidé por completo el asunto de la firma y cuando me di cuenta se me hizo fácil imitar la firma de mi mamá (la cual es demasiado difícil), y a mi parecer había salido idéntica.    Cuando la maestra comenzó a pasar de uno en uno para revisar la libreta empecé a ponerme nerviosa pero actué normal. Se paró frente a mí, tomó mi libreta y la miró por unos segundos. Yo seguía pretendiendo que todo estaba bien. Entonces me miró a los ojos y me preguntó con un tono serio de voz "Helga, ¿ésta es la firma de tu mamá?". Me le quedé viendo fijamente unos cuantos segundos y no pude continuar con la mentira que estaba haciendo. "No maestra, no es la firma de mi mamá" contesté. Volvió a ver la libreta unos segundos, la marcó como recibida y entonces me miró de nuevo y me dijo "Haz hecho bien. Por tu honestidad, el cual es el valor del mes, serás abanderada el resto del año".

   Cuando porté la bandera por primera vez me sentía orgullosa, no por mis calificaciones, porque siempre he tenido excelentes notas, tampoco porque era bonita, ni nada de eso. Me sentía orgullosa de haber dicho la verdad, y la bandera de México en mis manos representaba lo honesta que había sido aquella ocasión, y hasta el día de hoy eso representa para mí. Cada vez que porté en la escuela una bandera me acordaba del significado personal. Representó el valor de decir la verdad.


Ahora, cuando obtuve mi medallón por primera vez a los 16 años, me sentía contenta. Sentía que lo había logrado. Sentía que ya no quedaba nada más que hacer.

   Una noche, leyendo las escrituras, me pregunté, "¿El que tenga el medallón significa que ya soy virtuosa?". Me di cuenta de que no. Tener el medallón no significaba que ya era virtuosa. Después obtuve la abejita de honor a los 17. Sentía que había avanzado un escalón más, pero me di cuenta de que en realidad seguía sin ser una mujer virtuosa completamente.


   Me decidí a volver a hacer el Progreso Personal. Y ayer, (22 de enero del 2017) obtuve mi segundo medallón.

Antes de que fuera la entrega, estaba en casa analizando todo lo que había logrado en mi vida hasta ese día. Muchas cosas, cosas incontables. Dones y talentos innumerables, gracias a Dios y a su gracia. Mi experiencia haciendo por segunda vez el Progreso Personal fue más sencilla de lo que creí. ¿Por qué? Había formado hábitos en mi vida, como el de la oración, el estudio de las escrituras. Muchas de esas cosas ya eran parte de mi, como el servicio a los demás, los llamamientos, el pagar un diezmo. Me sorprendí de ver todas las cosas. 


Me replanteé la misma pregunta de la primera vez que lo había obtenido "¿Esto significa que soy una mujer virtuosa?". Y la misma respuesta llegó a mi mente "No, no lo es. No lo eres... Aún". 

  Entonces recordé aquella anécdota de cuando porté la bandera de México en la primaria en la ceremonia de honores a la bandera. La Bandera no significaba nada más ni nada menos que mi esfuerzo por ser honesta. Lo mismo con el medallón y la abejita. No significa que soy la mejor, ni la más virtuosa. Representa esfuerzo, trabajo, dedicación y amor. Pero sobre todo, es un recordatorio para mí, de que debo seguir esforzándome, no para obtener otro medallón, sino para convertirme en lo que ese medallón representa, "Una mujer virtuosa". Es un recordatorio de mi naturaleza divina, de mi fe, de mi conocimiento, de mis buenas obras, de mi albedrío, de mi integridad y virtud personales que procuré desarrollar y que debo seguir desarrollando. Para que un día, el Padre pueda decirme que logré finalmente subir la escalera completa y ser llamada Una Mujer Virtuosa.


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